Las bodas de las flores se dan sobre el estigma.
El polen se desprende al comenzar la aurora
y en un solo momento la vida se redime
y entonces se retira. |
La santa en penitencia grita
que pueda ser de fuerza su grandeza, bailando
en este reino sin escrúpulos. Teresa
es soberana en su magnificencia y con su voz
de pájaro en su preñez avisa: "Escribo
abierta, volando al aire y con jacintos
de golpe me doy cuenta
que estoy viva." Y de misterios puros
se tiñó su lengua, su resplandor
fue aquel fecundo encuadre
con sus trenzas, sus mejillas ardiendo
en jeroglíficos y en éxtasis
los ángeles agradecidos
lamieron el temor en su flaqueza.
"Señor, lo que pasó
pasó, ahora muéveme hasta el gozo
y con tus alas determina quién
será por mí aquel letrado único
de corazón ensimismado
que de provecho diga
en oratorio: Perra,
hagamos juntos este mundo." |
Con sólo dos o tres estambres revientan
las flores masculinas. Ascienden desde el fondo
de sí mismas, candentes y jugosas. A mano suelta
se revuelcan, se crían bajo este cielo a medias
entre luz y sombra. Afónicas marchitan y lentas
agonizan. |
Hubiera yo veloz por él el mundo
recorrido en velocípedo. Habría yo
cruzado hasta la época
clásica en fulgor y extraordinaria
sobre todo en el periodo del eclipse
cuando el mundo se fundó en una Acrópolis.
Habría yo ido hasta la estela inaugurada
en su rigor y fundamento y visto azul
aquella dulce cortesana
que en cuadrángulo esculpida
profusamente en su dintel
lo aguarda. Habría yo estado
en una ciudad de oro o de marfil
en armonía trazada con piedra
de caliza y un tablero mural
de proporciones máximas,
piramidal, arquitectónica por él,
enfática y cautiva entre las rocas
de cantera gigantescas. De Oriente
a Occidente en velocípedo habría
yo ido hasta ese territorio de aves
y serpientes, por edificios y santuarios,
por puertas interiores y gradas ordinarias,
buscándolo geométrico, animal
que embellece a las fachadas.
Hubiera yo por él
naturalista ido periférica
en ese siglo atestiguando
el Nuevo Mundo entre dos ruedas,
que no al hablar sino al rodar
en sus cadenas, me conducen
venidera en el aliento
de una epopeya
que él, con todo atrevimiento,
aguarda. |
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