Corcel
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Tarros de cerveza a las orillas y sobre el mantel ahulado
un mapa de regiones remotas. Sustituye a una torre el salero, hueco y leve
viaja como fantasma un alfil y ese caballo negro está atacado por
la lepra. Ha suspendido tiempo y espacio el alcohol algebraico. No existe
para Hugo y para mí la noche, que adivinamos apenas en la cortina
caída de la fonda y en el bostezo de don Pepe. Este instante sólo
parece existir dentro del tablero.
Un carrusel de manos ha galopado a ese corcel hasta romperle
la quijada y horadarle la crin, por donde asoma el esqueleto de plomo.
Al darme jaque, el azabache leproso me hace pensar en la mano muerta de
Joaquín, que tanto lo palpó mano allá abajo o quién
sabe dónde desnuda hasta los tuétanos. Y siento entonces
la noche.
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Vuelta núm. 241, diciembre
de 1996.
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