Tarde dominical
La tarde no es su luz 
ni su promesa. Es pesantez de cuesta 
boca arriba, larga invención, 
sabiendo que no importa, 
torpe revés de la aventura 
que en busca de una clara forma 
se adensa y cae como una losa.
Pienso en el albedrío y en la mosca 
que no puede cruzar el vidrio; 
en la piel translúcida de un elefante absorto 
mientras sueña en sí mismo. 
En este rincón sin prisa, 
pienso, 
pienso en las otras partes del globo, 
los gestos de amor que ahora mismo comienzan 
en un jugador de sumo que se apresta 
ante una larga página de prosa.
Pienso también en bostezar los huesos, 
la posibilidad remota de vencer y vencerme, 
romper el cristal dormido 
sin mediar una piedra.
La mente se pierde en las arrugas 
del animal infranqueable, 
se adentra entre los pliegues 
sin hacer preguntas; 
y así despierta 
espaciosamente 
en el dedo meñique 
que se desenrrolla.
Rueda la insinuación como gusanos débiles 
y tras mucho buscar 
encuentran la fisura, 
la piel donde morder, 
el talón de la tarde.
 
 
 
 


 
Home
Índice