Aún siento la nostalgia de esa vocación
de mago.
Volar con los mejores pases mágicos,
desaparecer nubarrones y soldados,
y encontrar la forma de rearmar a la muchacha
siempre linda, siempre de una pieza.
La extraño cuando veo la urbe con sus humos,
la espuma que cubre los edificios,
los tendones del tráfico,
los animales sueltos por el parque
y los astronautas sentados en el kiosco.
Ya solamente veo lo que ya no es magia,
ni pases naturales, ni hierbas milagrosas.
Hoy me siento absurdo
con sombrero en mano --lleno de conejos--
pidiendo clemencia semáforo a semáforo.
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