Al despertar
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a Norma
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Pliega la dulce clave de la flama
con una caricia, que es gesto del tiempo,
la nieve irritada del cuaderno, dispersa
en una bocanada, a la puerta del refri
o bajo la cantante regadera: flama cubierta de rocío,
pies nacidos como lotos instantáneos;
hierve el café (no habla y no hablo)
gira clavícula
del helado principio y del ardor final;
salta del baño,
su paso son las gotas, se evapora
como la flama en el cuaderno como una vaga queja junto
a
la ventana,
pliega la inquieta clave demudada, y es el disfraz el
gesto,
y no el abrazo, que depura los tres tiempos.
Y si el café se sirve, la visión es la
tibieza
y el vapor huye arrastrado como seda por el aire,
(pero la fatiga no se alza, es una imagen): |
sonreir ligeramente como si el Bóreas arrastrara
las veletas
de este departamento
lleno de tiempo hecho añicos,
con sus ojos y los míos
entrelazados, atados a la luz, recién abiertos,
aún cubiertos de aquel virgen rocío. |
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