Sueño de un último día
de carnaval
Yo estaba contigo. Nuestros dominós
eran negros, y
negras eran nuestras máscaras.
Ibamos, por entre la turba, con solemnidad,
Bien conscientes de nuestro aire lúgubre
Tan opuesto al sentimiento de felicidad
Que nos penetraba. Un lento, suave júbilo
Que nos penetraba... Que nos penetraba como una
espada de fuego...
Como la espada de fuego que apuñalaba a las santas
en
éxtasis.
Y la impresión en mi sueño era que si estábamos
Así de negro, así por fuera tan enteramente
de negro,
– Dentro de nosotros, al contrario, todo era claro y
luminoso.
Era el último día de carnaval. La multitud
innumerable
Rumoreaba. Bajo trompetas de fanfarria
Desfilaban procesiones apoteósicas.
Eran alegorías ingenuas, al gusto popular, en
crudos
colores.
Arriba iban, empolvadas, mujeres de mala vida,
De pechos enormes – Venus para cajeros.
Figuraban diosas – diosa de esto, diosa de aquello, ya
atontadas y semidesnudas.
La turba, ávida de promiscuidad,
Se empujaba con algazara,
Las aclamaba con alaridos.
Y, aquí y allá, vírgenes les arrojaban
flores.
Nosotros caminábamos tomados de la mano, con solemnidad,
El aire lúgubre, negros, negros...
Pero dentro, en nosotros, todo era claro y luminoso.
Fuera de nosotros, ni siquiera la alegría estaba
allí.
La alegría estaba en nosotros.
Era dentro de nosotros donde estaba la alegría,
– La profunda, la silenciosa alegría...
De Carnaval (1919)
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