Visitación
Una gastada plaza –esto recuerdo-,
la piedra en el descenso de otras piedras,
el reposo que no es más que en su nombre
amaneciendo enseguida en la trampa
de las calles que no han de caminarse:
el refugio del viudo en su alegría.
Doblar la esquina es levantar el tiempo,
darse la vuelta y olvidar la rama,
descubrir la línea, averiguar adentro
y observar que prosigue todo punto,
aunque estalle y suscite un rumor
que es propio del secreto cuando muerde
y atisba una esperanza en balbuceos.
Oigo la rama al fin cuando me acuerdo
del tren que se ha quedado entre las vías
para siempre habitar un paradero
ubicado más allá del silbato;
del niño que jugaba entre sus rieles
y que en mancha oscura volvió su grito.
Estoy frente a la vía del tren. Juzgo
tener la mano para señalar,
en recuerdo de primeros disparos,
la fija contemplación con mi padre
de toda bugambilia quemada
por el cigarro que no arde, solaz
de insectos que persiguen madrugadas,
molino horizontal del frío grano.
Volver a cruzar sin falso aviso,
volver a transgredirse en los disparos
tirando del portón, huyendo aprisa.
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