Así, como este anochecer, me siento...
Así, como este anochecer, me siento. Las últimas
luces se pierden en el cielo, y la sombra avanza sobre la tierra inundándole,
igual que un agua espesa y obscura. En la ciudad es difícil sentirse
perdido. He visto esta maniobra de la luz a través de la ventana,
en mi casa, en un departamento atiborrado de ruidos, el calentador,
la televisión, los gritos de los niños. Sólo por
un instante me di cuenta del cielo. ¡Qué naturaleza, qué
Dios tan distante y tan ajeno! Uno vive solo con sus deseos y ni siquiera
es el espectáculo de sí mismo.
No
hay lugar para la desesperación, ni para la fatiga, ni para la
alegría. Pendiente sólo de la pierna que duele, de la
hora de ir al trabajo, de la acidez, del dinero gastado, de la hora
de acostarse;se resucita a veces, por un momento, con el juego del hijo,
con el relámpago del deseo (que le deja a uno la carne alumbrada
hasta caer), y a veces también con las páginas blancas
de la libreta en que se escribe y que son frente a uno como un espejo
en que no se ve el rostro sino el destino.
Preocupado,
afligido de Dios, que tiene la cara blanca y vacía, sin una sola
palabra ni un gesto, preocupado de la piedra que es la cabeza de Dios
(la piedra sobre la mesa de madera, la piedra sobre el agua, la piedra
que tienen en la mano los muertos), uno podría hablar de Dios
interminablemente, con ternura y con odio, como de un hijo perdido.
Uno podría quedarse callado de Dios sin cesar, como se queda
callado de la sangre el corazón trabajador y silencioso. |