XVII Me acostumbré a guardarte, a llevarte lo mismo que lleva uno su brazo, su cuerpo, su cabeza.No eras distinto a mí, ni eras lo mismo.Eras, cuando estoy triste, mi tristeza. Eras, cuando caía, eras mi abismo,cuando me levantaba, mi fortaleza.Eras brisa y sudor y cataclismo,y eras el pan caliente sobre la mesa. Amputado de ti, a medias hechohombre o sombra de ti, sólo tu hijo,desmantelada el alma, abierto el pecho, ofrezco a tu dolor un crucifijo:te doy un palo, una piedra, un helecho,mis hijos y mis días, y me aflijo. |