Lento, amargo animal...


Lento, amargo animal

que soy, que he sido,
amargo desde el nudo de polvo y agua y viento
que en la primera generación del hombre pedía a
          Dios.

Amargo como esos minerales amargos
que en las noches de exacta soledad
--maldita y arruinada soledad
sin uno mismo--
trepan a la garganta
y, costras de silencio,
asfixian, matan, resucitan.

Amargo como esa voz amarga
prenatal, presubstancial, que dijo
nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,
que murió nuestra muerte,
y que en todo momento descubrimos.

Amargo desde dentro,
desde lo que no soy,
--mi piel como mi lengua--
desde el primer viviente,
anuncio y profecía.

Lento desde hace siglos,
remoto --nada hay detrás--,
lejano, lejos, desconocido.

Lento, amargo animal
que soy, que he sido.

 



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