Destreza pasajera |
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Todo lo que me queda son fotografías
y nombres de muchachos, como si el tiempo
fuera una vieja revista. Los miro
tan alegres, tan campantes.
Pero no están ahí.
Compañeros de viaje
caminando en las calles,
masticando
tortas de carne fría:
puro fantasma erguido
entre el polvo de la colonia
Occidental.
Y también ese yo,
cuerpo tendido a dos pasos
de una locomotora,
un cigarro en la oreja,
la camisa del uniforme...
Nombres que dictan números
telefónicos y números de tormenta.
Uno muerto y otro divorciado, alguien que
se volvió Testigo de Jehová,
Álvaro que escribe desde Tampa,
Adrián que es
obrero montador.
Y al final este yo tan remilgoso,
tan ausente de mí.
Nombres que recuerdan
propaganda priísta
y tiendas malas de ropas y de caldos.
Como si en las imágenes muriera el heroísmo.
Como si el dueño de las fotos recortara las sombras.
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