La mar océano
Quieto, reducido a la inequidad de un teatro vacío 
solapado rastra la lenta majestad del mar. 
Relamida, suave, disconforme, 
una humedad salivosa se pega siempre a quien se acerca. 
Se le ven incluso las costillas en cada ramalazo, 
apenas tres hileras de lomo liso, fluctuante. 
Como los dientes. 
De repente de nada sale un grito, 
el gesto maquinal y obcecado, 
el santo olor de la sangre. 
Chac, chac, chac. 
La furia fría del escualo, su seda,  
la boca rápidamente limpia en la lustrosidad del agua. 
Chac, chac, chac. 
Se sacude. 
En el océano interminable y solo el pez da vueltas. 
 

(Sorprendida siempre entre la derrota y la altura, 
de dos en dos mis hermanos forman las vúlturas. 
Ato mi lento enojo a sus tobillos, los hundo. 
Uno por uno van ahogándose conmigo. 
Ninguno sale. Ninguno puede ahora escapar al terror.) 
 

  
   (Inédito)


 
 
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