El faro
[para P. Serrano y F. Segovia]
 
El farero en lo alto de la neblina enfoca
la columna de ensueño sobre el cristal de roca
interior de una vela, corredor sin arista
que ante el riego revela su procesión autista.
Surtidor su entrecejo y su memoria aljibe;
nutre el remanso de haces donde su anhelo vive.

En el faro la comba pide formas orondas.
La mujer del farero cuidadosa en sus rondas,
con el tacto de un ciego y un instinto esquimal,
acomoda la casa en una esbelta espiral.
Y si pierde el sendero se acurruca a escuchar
extraviados cencerros, imaginando el mar.

En el faro dos niños como dos aviadores
rizan risas subiendo y al bajar forjan flores
espirógrafas de humo sobre el fiel barandal,
y aterrizan boqueando su aburrición fatal.
Dos estrellas gemelas que gravitan, lacónicas,
en engastadas pistas de curvaturas cónicas.

En el faro la vida tiene el límite duro
apandado, infinito, intestinal del muro.
La mujer, sus dos niños, no lo saben de cierto;
si hay afuera del faro y si estar  desierto.
Quieren leer la mirada del farero, si baja,
o descifrar los ruidos de la oculta sonaja.

Se levanta el farero y al bajar cien peldaños
va estelando de sueño la soledad, los años.
El farero: una araña que se envuelve a sí misma;
caracol que hacia el centro de su enredo se abisma.
En el fondo del faro el farero se tumba
a mesar el oleaje, a secretar su tumba.
 

 
      (Las cosas no naturales) 


 
 
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