III

¿Por qué Sabines es apreciado y a veces reverenciado, por los que saben y los que no saben? Me atrevo a creer que por el estilo y el tratamiento de los temas. Su estilo conversacional de naturalidad engañosa hace que el lector común crea con magnífica ilusión que la poesía es simple, o al menos, accesible, y los lectores más avezados se asombren con la difícil y misteriosa exactitud de esa sencillez. ¿Cómo pudo --se pregunta uno con frecuencia-- encontrar esa palabra o ese pequeño giro que da nueva vida al verso y logra que el verso parezca sólo hecho por Sabines? Cómo al leer un poema de Borges, de Neruda o de Vallejo,sabemos dónde está Sabines, ya en sus poemas, ya en los de sus imitadores. 

Sus asuntos, o más bien, la manera como los trata, hace que el lector se identifique con ellos. El poema --escribió Sabines en 1962 en un texto poco conocido--: "es el testimonio de las horas del hombre sobre la tierra. Canto o lamento, queja o protesta, grito o balbuceo, el poema debe ir siempre oscuro de hombre. Gloriosamente". Sabines habla de lo que en general sucede cotidianamente a un hombre en su vida o en su mera sobrevivencia: caminar las calles hermosas o feas de su ciudad, observar a las personas de toda índole en los parques públicos, ir al bar o a la cantina para beberse hasta la marca del ron, comer en restoranes habituales con los amigos, buscar y amar mujer, emocionarse con el nacimiento de los hijos, irritarse con las enfermedades que llegan, enfrentar con incomprensión y horror la muerte de los seres más próximos, descubrir en los hechos ordinarios el odio o la maldado la ternura de la gente que es también el odio o la maldad o la ternura de uno mismo, o bien ir sobrellevando la sucia vida "pendiente sólo de la pierna que duele, de la hora de ir al trabajo, de la acidez, del dinero gastado, de la hora de acostarse", en suma, deslumbrarse con la llama en los días de fuego o recoger con los dedos la ceniza de los días inútiles. En Sabines se extreman el resplandor vital y la visión de la destrucción de las cosas y las personas.

IIIV



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