IV

Dijimos que Sabines desde muy joven sintió por los poetas y artistas una mixtura de desdén y desconfianza. Ya en esa rara y rutilante joya, Tarumba (1956), quizá su mejor libro, hacía preguntas de hartazgo como éstas: 

    ¿Qué puedo hacer en este remolino
    de imbéciles de buena voluntad?
    ¿Qué puedo con inteligentes podridos
    y dulces niñas que no quieren hombre sino
    poesía? 
    ¿Qué puedo entre los poetas uniformados
    por la academia y por el comunismo?
y en otro instante se quejaba de estar sirviendo a la vez" a la poesía y al diablo".

Pero donde se hace más palmario este desdén, donde pasa a la burla y al remedo, es en piezas de Yuria (1967), de Maltiempo (1972) y en uno de los últimos "poemas sueltos". La primera se titula "Un personaje", y el personaje es nada menos que Jaialai, un hombre con fama de poeta y de intelectual con toda la barba, quien tuvo la fortuna de publicar un libro de poemas veinte años antes y a quien los jóvenes se le acercan en busca de consejo, pero cuya importancia se comprende sobre todo a la hora cuando come, o de modo más chabacano, cuando traga; la segunda, es un famoso poema en prosa (él lo llama artículo periodístico), donde hace la visión de los poetas modernos: los que se fascinan haciendo una pluralidad de juegos verbales y los que describen las cosas en toda su realidad pedestre. Para los primeros, para los poetas intelectuales pertenecen el Olimpo, los vítores en la Academia y las interpretaciones agudas de los críticos; los segundos son sólo los poetas.

La tercera pieza es una mofa de sí mismo pero también de las categorías que formulan los críticos o los muy bien enterados, usted o yo, quienes calificamos con un poetómetro si alguien (quizá Jaime Sabines) es un gran, un buen, un decente o un valioso poeta. Al saberlo el poeta (quizá Jaime Sabines) sale a la calle orgulloso pero nadie lo reconoce. Decide entonces que no es un poeta: es un peatón. Y se queda como dulcificado. 

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