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Hay dos poetas amorosos por excelencia en la poesía mexicana del siglo XX: Ramón López Velarde y Jaime Sabines.El primero es ante todo el poeta del deseo; el segundo el de la realización erótica. Los poemas de López Velarde están escritos cuando el cuerpo es una llama azul y roja en la contemplación o el recuerdo: hormigas incesantes en las venas voraces, la abeja buscando clavar el aguijón en la flor. Criado en el centro conservador del México del cambio de siglo (Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí), López Velarde oponía a la educación católicamente depresiva las alas de la imaginación solazándose con el vuelo de las parvadas de muchachas. De ese ambiente (dice Pablo Neruda en un bello artículo del 1963 sobre el joven poeta de Jerez, Zacatecas), "viene también el líquido erotismo de su poesía que circula en toda su obra como soterrado, envuelto por el largo verano, por la castidad dirigida al pecado, por los letárgicos abandonosde alcobas de techo alto en algún insecto sonoro interrumpe con sus élitros la siesta del soñador". Todo lo que López Velarde aspira o exhala tiene el aire aromado de las mujeres. ¡Llegó a ser capaz de volverse hasta el jardín del edén para invocar en un poema en prosa a la madre primordial! Como los elegidos murió joven y nos dejó la imagen de una grandeza rota.

El amor en Sabines es la dicha de fuego de la pareja en el lugar y la hora del coito, y por extensión, de todas las parejas del mundo, de todos los amorosos que buscan y se buscan para descubrir que están solos y desnudos, hermosamente solos y desnudos en la tierra. No en balde su poema más conocido (no el mejor) se llama "Los amorosos". A los amorosos se les encuentra en la oscuridad de los cines, en los portones sigilosos, en los jardines furtivos, en los lechos ocultos del bosque, en las arenas de las extensas playas, en los cuartos de moteles pobres, en los cuartos de hoteles de toda estrella, en los cuartos de toda casa o piso. Sabiéndolo o no, en una sola llamarada, hacen del sitio donde copulan el centro ardiente del universo.

A diferencia del adán moderno López Velarde que va a la busca de Eva hasta la raíz original de los tiempos para pecar espantosamente, en la poesía de Sabines, Adán y Eva viven en el aquí y el ahora sin conciencia de la Caída. El amor es plenamente natural y puro. El lento descubrimiento de sus cuerpos se corresponde con el lento descubrimiento de la naturaleza y de las cosas del mundo. Es como seguir en el jardín del edén habiendo ya cometido la transgresión y sin que un arcángel se preocupe en expulsarlos. 

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