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Capto la seña de una mano, y veo
que hay una libertad en mi deseo; ni dura ni reposa; las nubes de su objeto el tiempo altera como el agua la espuma prisionera de la masa ondulosa. Suspensa en el azul la seña, esclava
Una mirada en abandono y viva,
Sus ojos, errabundos y sumisos,
La vista en el espacio difundida,
Es la vida allí estar, tan fijamente,
Como si fuera un sueño, pues sujeta,
No hay solidez que a tal prisión no ceda
A las nubes también el color tiñe,
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El poema comienza con la seña de una mano que, movida por el deseo, se lanza en un trayecto que, se puede decir, va del espíritu (espíritu cambiante, "yo", conciencia)43 hacia la materia, a través de la percepción. Esta seña --o gesto-- se une a la mirada que persigue el cielo infinito en movimiento. Los ojos se convierten en huecos, receptáculos en que se aloja la imagen de la materia, a la vez que actúan esculpiéndola. La vista se difunde y confunde con el espacio en donde sucede la transformación de la materia la cual se irisa y se desdora. En el lugar en donde sucede esto, la vida es una fijeza como la que se da en las alturas transparentes. Pero esta fijeza es falsa, es como el sueño de una roca y se deshace como las nubes. | ||
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