CANTO A UN DIOS MINERAL
1-9
 
 
GLOSA
Capto la seña de una mano, y veo 
que hay una libertad en mi deseo; 
ni dura ni reposa; 
las nubes de su objeto el tiempo altera 
como el agua la espuma prisionera 
de la masa ondulosa. 

Suspensa en el azul la seña, esclava 
de la más leve onda, que socava 
el orbe de su vuelo, 
se suelta y abandona a que se ligue 
su ocio al de la mirada que persigue 
las corrientes del cielo. 

Una mirada en abandono y viva, 
si no una certidumbre pensativa, 
atesora una duda; 
su amor dilata en la pasión desierta 
sueña en la soledad y está despierta 
en la conciencia muda. 

Sus ojos, errabundos y sumisos, 
el hueco son, en que los fatuos rizos 
de nubes y de frondas 
se apoderan de un mármol de un instante 
y esculpen la figura vacilante 
que complace a las ondas. 

La vista en el espacio difundida, 
es el espacio mismo, y da cabida 
vasto y nimio al suceso 
que en las nubes se irisa y se desdora 
e intacto, como cuando se evapora, 
está en las ondas preso. 

Es la vida allí estar, tan fijamente, 
como la helada altura transparente 
lo finge a cuanto sube 
hasta el purpúreo límite que toca, 
como si fuera un sueño de la roca, 
la espuma de la nube. 

Como si fuera un sueño, pues sujeta, 
no escapa de la física que aprieta  
en la roca la entraña, 
la penetra con sangres minerales 
y la entrega en la piel de los cristales 
a la luz, que la daña. 

No hay solidez que a tal prisión no ceda 
aun la sombra más íntima que veda 
un receloso seno 
¡en vano!; pues al fuego no es inmune 
que hace entrar en las carnes que desune 
las lenguas del veneno. 

A las nubes también el color tiñe, 
túnicas tintas en el mal les ciñe, 
las roe, las horada, 
y a la crítica muestra, si las mira, 
por qué al museo su ilusión retira 
la escultura humillada. 
 

El poema comienza con la seña de una mano que, movida por el deseo, se lanza en un trayecto que, se puede decir, va del espíritu (espíritu cambiante, "yo", conciencia)43 hacia la materia, a través de la percepción. Esta seña --o gesto-- se une a la mirada que persigue el cielo infinito en movimiento. Los ojos se convierten en huecos, receptáculos en que se aloja la imagen de la materia, a la vez que actúan esculpiéndola. La vista se difunde y confunde con el espacio en donde sucede la transformación de la materia la cual se irisa y se desdora. En el lugar en donde sucede esto, la vida es una fijeza como la que se da en las alturas transparentes. Pero esta fijeza es falsa, es como el sueño de una roca y se deshace como las nubes.
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