CANTO A UN DIOS MINERAL
16-19
 
 
GLOSA
La materia regresa a su costumbre. 
Que del agua un relámpago deslumbre 
o un sólido de humo  
tenga en un cielo ilimitado y tenso 
un instante a los ojos en suspenso, 
no aplaza su consumo. 

Obscuro perecer no la abandona 
si sigue hacia una fulgurante zona 
la imagen encantada. 
Por dentro la ilusión no se rehace; 
por dentro el ser sigue su ruina y yace 
como si fuera nada. 

Embriagarse en la magia y en el juego 
de la áurea llama, y consumirse luego, 
en la ficción conmueve 
el alma de la arcilla sin contorno: 
llora que pierde un venturero adorno 
y que no se renueve. 

Aun el llanto otras ondas arrebatan, 
y atónitos los ojos se desatan 
del plomo que acelera 
el descenso sin voz a la agonía 
y otra vez la mirada honda y vacía 
flota errabunda fuera.

La conciencia regresa a la nada, al cambio, pero se trata de un regreso diferente, pues algo queda de la ficción que se desvaneció, que fue expulsada. El "yo" --momentáneamente identificado con la materia-- gime al quedarse solamente con el recuerdo, la memoria, de lo que se desvaneció.44  La materia vuelve a su estado de corrosión constante, a pesar de que se haya formado ante los ojos absortos un "sólido de humo" o haya refulgido sobre el agua un "relámpago deslumbre". Aunque siga a la "imagen encantada" a esa "fulgurante zona" de intemporalidad, la materia continúa deshaciéndose y, por dentro, tampoco la ilusión puede rehacerse, reconstruirse. Si el poeta --el "yo"-- ha creído que la realidad podía ser representada en plenitud "congelada", sólo llega a la desilusión. Por eso, "el alma de arcilla" llora pues se ha embriagado en el "áurea llama" y se ha consumido en la ficción, en lo falso.(18) El llanto es arrebatado por "otras ondas" y los ojos se liberan de esta caída agónica y regresan a ser mirada "honda y vacía" que "flota errabunda".
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