CANTO A UN DIOS MINERAL
20-25
 
 
GLOSA
Con más encanto si más pronto muere, 
el vivo engaño a la pasión se adhiere 
y apresura a los ojos 
náufragos en las ondas ellos mismos, 
al borde a detener de los abismos 
los flotantes despojos. 

Signos extraños hurta la memoria, 
para una muda y condenada historia, 
y acaricia las huellas  
como si oculta obcecación lograra, 
a fuerza de tallar la sombra avara 
recuperar estrellas. 

La mirada a los aires se transporta, 
pero es también vuelta hacia adentro, absorta, 
el ser a quien rechaza 
y en vano tras la onda tornadiza 
confronta la visión que se desliza 
con la visión que traza. 

Y abatido se esconde, se concentra, 
en sus recónditas cavernas entra 
y ya libre en los muros 
de la sombra interior de que es el dueño 
suelta al nocturno paladar el sueño 
sus sabores obscuros. 

Cuevas innúmeras y endurecidas, 
vastos depósitos de breves vidas, 
guardan impenetrable 
la materia sin luz y sin sonido 
que aún no recoge el alma en su sentido 
ni supone que hable. 

¡Qué ruidos, qué rumores apagados 
allí activan, sepultos y estrechados, 
el hervor en el seno 
convulso y sofocado por un mudo! 
Y graba al rostro su rencor sañudo  
y al lenguaje sereno.

Pero nuevamente los ojos regresan fascinados por lo que "pronto muere" y entonces el "vivo engaño" se adhiere a la pasión [¿será la pasión del gesto original, pasión por encontrar algo estable, inmutable, algo en sí?] y lanza los otrora "ojos náufragos" a detener los despojos de caer a los abismos. Hurta signos a la memoria para "una muda y condenada historia" y los acaricia para tratar así de "recuperar estrellas" (21).  
 La mirada entonces regresa a los aires pero también se sabe "vuelta hacia adentro" para contemplar las huellas, los recuerdos. La mirada que va hacia afuera también se dirige, al mismo tiempo, hacia el interior. De esta manera, vuelta sobre sí, se convierte, ella misma, en "el ser a quien rechaza". [Parece aquí que el mismo Cuesta fuera un ser que hubiera salido a la materia por rechazar su propia subjetividad.] Entonces, ese ser "abatido se esconde" en sus cavernas, donde se encuentran los recuerdos, donde es libre dentro de "los muros de la sombra interior de que es dueño". Ahí suelta al "paladar del sueño" sus "sabores oscuros" (23). Y es ahí, en donde hay innumerables cuevas, "depósitos de breves vidas" que guardan "materia impenetrable sin luz y sin sonido", es decir, pura materia de memoria, sin percepción, que el alma aún no recoge (24). En ese lugar hay "ruidos" y "rumores apagados" que activan un hervidero en el seno. Lo dejan "convulso" y, a la vez, "sofocado" y "mudo". Esto graba en el rostro un "rencor sañudo" pero también genera una "serenidad" que se verá acompañada por el lenguaje. [Quizá aquí este rostro no sea precisamente el rostro exterior de Cuesta sino su "rostro interior" que, aunque sañudo, también alcanza una serenidad a través de su afán de exactitud, de enfriamiento, de sobriedad. La imagen que da Elías Nandino de Cuesta como "ventrílocuo de sí mismo" puede servir para tratar de comprender esta aparente oposición entre un seno que hierve y se siente sofocado y mudo y un lenguaje que permanece sereno.] (25)  
 
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