Con más encanto si más pronto muere,
el vivo engaño a la pasión se adhiere
y apresura a los ojos
náufragos en las ondas ellos mismos,
al borde a detener de los abismos
los flotantes despojos.
Signos extraños hurta la memoria,
para una muda y condenada historia,
y acaricia las huellas
como si oculta obcecación lograra,
a fuerza de tallar la sombra avara
recuperar estrellas.
La mirada a los aires se transporta,
pero es también vuelta hacia adentro, absorta,
el ser a quien rechaza
y en vano tras la onda tornadiza
confronta la visión que se desliza
con la visión que traza.
Y abatido se esconde, se concentra,
en sus recónditas cavernas entra
y ya libre en los muros
de la sombra interior de que es el dueño
suelta al nocturno paladar el sueño
sus sabores obscuros.
Cuevas innúmeras y endurecidas,
vastos depósitos de breves vidas,
guardan impenetrable
la materia sin luz y sin sonido
que aún no recoge el alma en su sentido
ni supone que hable.
¡Qué ruidos, qué rumores apagados
allí activan, sepultos y estrechados,
el hervor en el seno
convulso y sofocado por un mudo!
Y graba al rostro su rencor sañudo
y al lenguaje sereno. |
Pero nuevamente los ojos regresan
fascinados por lo que "pronto muere" y entonces el "vivo engaño"
se adhiere a la pasión [¿será la pasión del
gesto original, pasión por encontrar algo estable, inmutable, algo
en sí?] y lanza los otrora "ojos náufragos" a detener los
despojos de caer a los abismos. Hurta signos a la memoria para "una muda
y condenada historia" y los acaricia para tratar así de "recuperar
estrellas" (21).
La mirada entonces regresa a los aires pero también
se sabe "vuelta hacia adentro" para contemplar las huellas, los recuerdos.
La mirada que va hacia afuera también se dirige, al mismo tiempo,
hacia el interior. De esta manera, vuelta sobre sí, se convierte,
ella misma, en "el ser a quien rechaza". [Parece aquí que el mismo
Cuesta fuera un ser que hubiera salido a la materia por rechazar su propia
subjetividad.] Entonces, ese ser "abatido se esconde" en sus cavernas,
donde se encuentran los recuerdos, donde es libre dentro de "los muros
de la sombra interior de que es dueño". Ahí suelta al "paladar
del sueño" sus "sabores oscuros" (23). Y es ahí, en donde
hay innumerables cuevas, "depósitos de breves vidas" que guardan
"materia impenetrable sin luz y sin sonido", es decir, pura materia de
memoria, sin percepción, que el alma aún no recoge (24).
En ese lugar hay "ruidos" y "rumores apagados" que activan un hervidero
en el seno. Lo dejan "convulso" y, a la vez, "sofocado" y "mudo". Esto
graba en el rostro un "rencor sañudo" pero también genera
una "serenidad" que se verá acompañada por el lenguaje. [Quizá
aquí este rostro no sea precisamente el rostro exterior de Cuesta
sino su "rostro interior" que, aunque sañudo, también alcanza
una serenidad a través de su afán de exactitud, de enfriamiento,
de sobriedad. La imagen que da Elías Nandino de Cuesta como "ventrílocuo
de sí mismo" puede servir para tratar de comprender esta aparente
oposición entre un seno que hierve y se siente sofocado y mudo y
un lenguaje que permanece sereno.] (25)
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