|
||
Instantánea de Jorge Cuesta
Pudiera parecer pecado el querer resumir en unas cuantas líneas la oscuridad de la personalidad de Cuesta. Sin embargo, algunos datos son indispensables para intentar entenderla y así poder interpretar su poesía. Jorge Cuesta nació en Córdoba, Veracruz. Su padre, figura patriarcal con una pasión científica al estilo positivista porfiriano, era agricultor: cultivaba caña, café y naranja. Su madre, hija de inmigrantes franceses, era modelo de la mujer atemorizada por el marido: silenciosa, supersticiosa y abnegada. Al año, Jorge Cuesta cayó de brazos de la niñera y se golpeó la cabeza cerca del ojo izquierdo contra el filo de una mesa de mármol. A los nueve tuvo que ser operado porque el ojo le lloraba. Esto le dejó un párpado caído que, contra lo que podía esperarse, nunca estuvo directamente relacionado con los ataques de migraña que lo asediaron más tarde, ni con los "dolores de hipófisis" que menciona Lupe Marín.5 Siempre fue un niño solitario, distante, serio, de pocos juegos. Jorge Cuesta llegó a la ciudad de México a los 18 años para estudiar en la Facultad de Ciencias Químicas. Cuatro años después, en 1925, había concluido sus estudios: restaba únicamente la elaboración de la tesis, tarea que constantemente difirió. Al final de ese periodo, se inició como ensayista y entabló amistad con algunos de los miembros del grupo de Contemporáneos, al que se integraría más tarde. En marzo de 1926, presionado por su padre para que "aplicara sus conocimientos", regresó a Córdoba a trabajar y a hacer su tesis en el ingenio azucarero El Potrero, en donde ayudó exitosamente a mejorar el rendimiento de la fábrica de ron. Al año siguiente volvió a la capital y trabajó como burócrata en el Consejo de Salubridad, llevando una existencia económica precaria. A finales de ese mismo año, Cuesta conoció a Lupe Marín. La mutua atracción que los unió hizo que 1928 fuera un año muy agitado para Cuesta: publicó la Antología de la poesía mexicana moderna por la Editorial Contemporáneos; viajó a París (viaje de disuasión auspiciado por sus padres) en donde permaneció tan sólo dos meses; y regresó para casarse con Lupe Marín.6 Resueltas parcialmente las tensiones pasionales, la pareja se fue a vivir al ingenio El Potrero en donde permaneció hasta 1930, año en que regresó a la capital para el nacimiento de su hijo Antonio. El matrimonio duró sólo hasta 1932. Fue en esos años que la carrera literaria de Cuesta despegó. En México, colaboró en Contemporáneos hasta su desaparición en 1932, año en que fundó la revista Examen. Después vino el escándalo del cierre de Examen y la cada vez más lúcida participación de Cuesta en la crítica de la ideología nacionalista que se debatía entonces en el país. Cuesta, a pesar de su participación en el
medio literario y periodístico, nunca dejó de ejercer su
carrera de ingeniero químico. De 1932 a 1937 trabajó como
técnico en la Sociedad de Productores de Alcohol, en donde tenía
un laboratorio a su disposición, y en 1938 fue nombrado jefe de
laboratorio de la Sociedad Nacional de Azúcar y Alcoholes, cargo
al que renunció pocos meses antes de su muerte. La curiosidad de
Cuesta lo llevó a emprender una serie de experimentos en los que
intervinieron sustancias por demás misteriosas: un polvo que convertiría
el agua en una bebida parecida al vino; un producto que, una vez ingerido,
permitía beber toda clase de alcoholes sin embriagarse; una sustancia
que suspendía la maduración de los frutos (de la que se dice
que se aplicó inyecciones); un producto que, después de ingerido,
le causó un estado de catalepsia del que se despertó sólo
minutos más tarde; el complejo vitamínico de la marihuana;
y la ergotina,7 cuya estructura, alterada,
podría convertirse, según él, en una "panacea".8
Si estas noticias son realidad o fruto de la fantasía poco importa
pues encajan en una actitud característica de Cuesta: un sentimiento
de alienación y distancia ante la materia manipulable (incluida
la materia de su propio cuerpo) acompañado de una simultánea
avidez por entenderla y dominarla.
Se podría decir que Cuesta abusaba en la aplicación de una especie de "método científico" que, exacerbado, llevaba a la objetividad del observador a transformarse en fractura drástica entre la percepción de la realidad y la autopercepción. En otros términos, Cuesta se planteaba a sí mismo como una consciencia aparte, no sólo de la realidad que contemplaba sino de su propio cuerpo y de su sustento psíquico integral: asumía una ausencia de sentimientos y emociones que no tuvieran un sustrato racional, que no fueran "pasiones de la inteligencia". Desde luego, si esta situación, por un lado, lo hacía hermético y le dificultaba la comprensión cabal de su propio psiquismo (Cuesta llegó a quejarse de que no podía sentir), por otro se transformaba en una fuente poderosa para la imaginación. La capacidad de "enfriamiento" de Cuesta es una de sus grandes virtudes creativas y críticas. Los rasgos temperamentales de Jorge Cuesta aparecen resumidos
plástica y magistralmente en el retrato que Elías Nandino
ofrece de él:
Jorge Cuesta era completamente ajeno a su cuerpo. Su existencia se consumaba por su evasión. Como el radium, se hacía presente por el poder que esparcía. Su cárcel molecular quedaba borrada ante la fuerza de su irradiación. Por esto su materia no intervenía en su palabra. Cuando hablaba se hacía oír, pero no se sabía de dónde venía su palabra; era como el ventrílocuo de sí mismo y las frases que transmitía daban la impresión de nacer de los fantasmas del aire.10Aunque plástica y poetizada, la descripción explica por qué Gilberto Owen se deleitaba tanto en repetir que su amigo era la imagen encarnada de Monsieur Teste,11 el famoso personaje de Paul Valéry. Elías Nandino continúa su retrato comparando la verticalidad de Cuesta con la de un ciprés en un cementerio enlunado. Sus movimientos --dice-- eran mecánicos, antihumanos. Caminaba con aire marcial, tieso, sin doblar las rodillas como un compás. Era una especie de estatua. Al atardecer, su piel tomaba un color de cerebro. Era una amargura escondida, una serenidad simulada que no conoció la niñez. Portaba la actitud de un juez temible y no parecía humano ni inhumano. Hablaba poco de sí.12 Cuenta Elías Nandino que Cuesta odiaba la inspiración. "Afirmaba que la poesía era un problema que el lector debía resolver".13 "Jorge Cuesta --dice-- era químico y quizá por eso vivía analizando, inventando fórmulas y buscando simpatías entre las palabras y los colores; entre los olores y las imágenes, así como la tienen los ácidos por los metales, o los cuerpos higrófilos por la humedad del aire".14 Era de un "rigor masóquico" que resultaba en una "poesía ensayada, comprobada, pasada por la reflexión y la lógica, decantada sin piedad",15 que necesita ser incinerada con la lectura. "Por esto he llegado a la conclusión de que Jorge Cuesta era un hombre químico, de fórmulas audaces, de concepciones mágicas, de corazón transformado a fuerza de lo corrosivo en punzante témpano de sal".16 A esto habría que agregar que Cuesta, como todo científico apasionado de la inteligencia, no sólo disfrutaba el placer de la comprensión sino que padecía la posterior melancolía, una especie de "tristitia post-coitum". Se podría decir que Cuesta había trasladado el erotismo del cuerpo a la inteligencia. |
||
|
||
|