EL FRUTO QUE DEL TIEMPO ES DUEÑO
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La actitud científica 

Una de las huellas más importantes de una actitud científica en la poética de Jorge Cuesta se encuentra en su ensayo "El diablo en la poesía". En él, Cuesta plantea el vínculo entre las ideas de poesía y revolución como opuestas a lo natural, la tradición, la costumbre. Después, identifica la belleza con la fascinación, el pecado, la tentación y el demonio. Cita a Gide: "no hay obra de arte sin colaboración del demonio" y afirma que lo contrario --no hay colaboración del demonio sin arte-- también es cierto. Explica, siguiendo a Nietzsche, que si el arte aspira a no incurrir en el pecado, sólo consigue falsearse. De ahí, Cuesta procede a aquilatar el papel pionero de Baudelaire en otorgarle a la poesía "una conciencia de sí misma tan clara y tan libre como no la tuvo jamás", en concebirla como "pura fascinación" o "puro diabolismo". Le reconoce a Edgar Allan Poe su contribución a esta imagen de la poesía moderna y lo llama --siguiendo a Valéry, aclara-- "ingeniero de la poesía". No obstante, Cuesta afirma: "a Baudelaire toca la gloria de haber llevado esa ingeniería diabólica a su aguda y celosa perfección. La poesía como ciencia es la concepción cuya fascinante perversidad todavía no llega a admirarse como debe. La poesía como ciencia es la refinada y pura actividad del demonio."17   

 En su artículo "Jorge Cuesta", Carlos Montemayor utiliza las dos últimas frases anteriores para atribuir a esta mención de la ciencia un significado cabalístico y alquímico. En un principio, el crítico no se engaña al decir que Cuesta, como químico, no podía equivocar involuntariamente el sentido pragmático y académico de la palabra ciencia. No obstante, afirma que "el más triste de los alquimistas" habla de otra ciencia, de una que se establece en una dimensión distinta, que se vincula con el demonio, dado el carácter prohibido del conocimiento, según la cábala. De esta manera, Montemayor propone que "Cuesta insinúa una ciencia esotérica y la relación del gnóstico con el demonio se torna así comprensible".18  Montemayor anuncia que poco importa, a nivel poético, que Cuesta haya tenido o no acceso a las lecturas que él, Montemayor, menciona (corpus hermeticum de la cábala, la Tabla de esmeralda, Basilio Valentín, etc.), pues parte del supuesto de que "la opinión del autor no es la resonancia literaria de una obra".19  Para Montemayor, lo que es fundamental es que la escritura de Cuesta se rige por los mismos principios, es decir, sus ideas tienen resonancias más universales que permiten vincularlas con el pensamiento alquímico.  

 A pesar de que la propuesta de Montemayor de que la obra debe "resonar" por sí sola, independientemente de su autor, está dentro de las convicciones que Cuesta sostenía y compartía con Valéry, no tenemos que ir tan lejos para encontrar la verdadera fuente de las ideas expresadas en "El diablo en la poesía". El prólogo que Valéry escribió para Les fleurs du mal, y que fue publicado en La Revista de Occidente en 1924,20  sitúa a Baudelaire a la cabeza de la poesía moderna con las mismas particularidades con las que lo hace Cuesta. Según Valéry, con Baudelaire la poesía francesa sale de sus fronteras y se impone como representativa de la modernidad por una circunstancia excepcional que es el que "una inteligencia crítica se halle asociada a la virtud poética".21  La sensualidad y la habilidad de Baudelaire para manejar las formas habrían hecho de él un Gautier si no hubiera descubierto a Edgar Allan Poe: 
 

El demonio de la lucidez; el genio del análisis; el inventor de las más nuevas y más seductoras y combinaciones de la lógica con la imaginación y del misticismo con el cálculo; el psicólogo de lo excepcional; el ingeniero literario que profundiza y emplea todos los recursos del arte, se aparece ante su vista dejándole maravillado. Tantas perspectivas insólitas y tanta extraordinaria promesa le cautivan. Ante ellas, su talento se transforma y su destino sufre un cambio magnífico.22 
El retrato de Poe es muy parecido al que Cuesta hace de Baudelaire. También para Cuesta, la conciencia vigilante del escritor moderno, que permite comprender la poesía de Valéry y de Mallarmé, no existiría sin Poe y Baudelaire.  

 Valéry continúa explicando cómo Baudelaire buscaba hacerse un lugar en el sistema del Romanticismo --en el cual reinaba Victor Hugo-- y cómo para lograrlo adoptó una postura peculiar. De esta manera, define a Baudelaire como un romántico --por su origen y por sus gustos-- que puede pasar por un clásico, y aclara que entiende por clásico al "escritor que lleva un crítico consigo y que lo asocia íntimamente a sus trabajos".23  La importancia de este conjunto de ideas en la crítica de Cuesta se percibe también en la extensa discusión alrededor del concepto de clasicismo que desarrolla en diversos textos.24  

 El diálogo que Cuesta mantiene con Valéry en "El diablo en la poesía" se puede apreciar también en otras expresiones que vinculan a la poesía con la ciencia. Dice Cuesta: 
 

Nada me parece más vano que la distinción escolar que se hace a cada instante entre ciencia y poesía, entre la inteligencia y la imaginación, y con la que no se pretende, abierta o secretamente, sino despojar a la poesía de su carácter de ciencia, que es su carácter diabólico, a fin de poder identificarla con la fe, que es la ciencia del ángel. Separada en efecto, de la inteligencia, la poesía consiente a la pasión y es esclavizada por ella, con lo que se salva su alma del demonio, se salva de la fascinación, por la imposibilidad que hay de fascinar a un esclavo, incapacitado, como está, por sus cadenas, de ir en pos de lo que solicita.25 
En sus ensayos, Valéry repite constantemente su condena a las distinciones de corte escolar entre fondo y forma,26  tema y desarrollo, sonido y sentido, etc. La separación entre ciencia y poesía y entre inteligencia e imaginación, puede verse refutada desde su inaugural Introducción al método de Leonardo da Vinci,27  en donde establece las conexiones íntimas entre pensamiento científico y pensamiento poético que harán eco en toda su obra. El ensayo Poesía y pensamiento abstracto es una excelente muestra del desarrollo de este tema en la obra de Valéry pues ofrece ejemplos de su experiencia como "abstractor" y como poeta.28  Dice Valéry:  
 
Pues bien, he observado siempre que he trabajado como poeta, que mi trabajo exigía de mí no solamente esa presencia del universo poético de la que les he hablado, sino cantidad de reflexiones, de decisiones, de elecciones y combinaciones, sin las cuales todos los dones posibles de la Musa o del Azar se mantenían como materiales preciosos en una cantera sin arquitecto
[...] 
Alguien me enseñó un día que el lirismo es entusiasmo, y que las odas de los grandes líricos fueron escritas de una vez a la velocidad de la voz del delirio o del viento del espíritu soplando en tempestad...  
Le respondí que estaba en lo cierto; pero que no se trataba de privilegio de la poesía, y que todo el mundo sabía que para construir una locomotora, es indispensable que el constructor coja la marcha de noventa millas por hora para ejecutar su trabajo  
En realidad, un poema es una especie de máquina de producción del estado poético por medio de palabras.29 
De esta observación de Valéry se desprende que, como dice Cuesta, si la poesía se separa de la inteligencia, se convierte es esclava de la pasión, es arrastrada por ella y termina en la pasividad apática. Todo lirismo, por arrebatado que sea, debe estar acompañado de la inteligencia para poder construir esa "máquina de producción del estado poético" que opera sobre el lector. Estas palabras de Valéry también establecen una íntima conexión con la observación de Elías Nandino, citada en páginas anteriores, de que Cuesta consideraba que "la poesía era un problema que el lector debía resolver". La poética de Valéry es, en gran parte, una poética de la lectura. 
  
Cuesta prosigue su ensayo explicando que la poesía es lo que tienta, lo que solicita desde lejos; es el deseo de conocer lo que está remoto y profundo, el gusto por la ciencia. Son insensibles a ella quienes se conforman con lo próximo, con la apariencia de las cosas, lo que es fácil de alcanzar e incapaz de fascinar y que por eso no posee "el atractivo del demonio". La actitud del poeta debe ser tenaz pues: 
 
No se evoca al demonio fácilmente. El demonio es perverso; usa caminos largos y tortuosos. Para seguirlo en la poesía, hay que soportar el hastío y proceder como el hombre de ciencia: a través de las experiencias más tediosas y superfluas, por medio de las imaginaciones más vanas y extravagantes, y sin violentar al azar.30 
Toda la parte demoniaca de Cuesta de hecho es fáustica pero lo es tanto como cualquier inquietud por la investigación científica. Los "caminos largos y tortuosos" que menciona son los trabajos a los que se enfrenta aquél que --siguiendo Valéry-- busque producir por medio de un artefacto de palabras un estado poético.  

 Como puede percibirse, nada está más lejos de la intención de Cuesta (y de Valéry) que dar un carácter "esotérico" a su poética. La utopía del control de la naturaleza (y del arte) por parte de la ciencia es de carácter racional y no espiritual como era en la alquimia, próxima a la magia. Es cierto que Valéry decía que la ley de las apariciones de la razón en nuestra conciencia es del todo irracional,31  pero esto nunca llegó a constituirse en fuente de desánimo para un poeta como Cuesta a quien fascinaban estos laberintos de la inteligencia.  

Ya desde "Margarita de niebla de Jaime Torres Bodet" Cuesta se había aproximado a Valéry al decir que "la poesía es un método de análisis, un instrumento de investigación, igual que la danza".32  En la aseveración está presente la clásica distinción entre prosa y poesía que Valéry ejemplificaba plásticamente con la distancia que separa la marcha y la danza. La poesía, tanto para el poeta como para el lector de poesía, es un método de investigación muy peculiar pues produce resultados intransferibles a la prosa. Ésta, una vez que entrega su mensaje, se desmorona, desaparece. La poesía, al contrario, engendra un estado poético que solicita la reaparición constante de aquello que le dio origen. Es muy probable que estos conceptos de Valéry estén por detrás de lo refractario que resulta un poema como Canto a un dios mineral.

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